De la mujer y otros misterios... Parte 1

"Del amor y otros demonios". Así titula Gabo uno de sus tantos libros y en el cual narra la historia de un amor casi imposible entre un miembro de la comunidad religiosa y una niña hija de una familia semi noble (si se me permite el término) que fue prácticamente criada por la comunidad de esclavos que hacían parte de los sirvientes de su padre. Me gusta tanto el título del libro, un poco más que su contenido, que quise emularlo a "De la mujer y otros misterios..." para contar una pequeña historia que refleja el gran desconocimiento que tengo sobre el género femenino.

Empezaré por decir que me encantan las mujeres aunque eso no necesariamente me hace un galán. De hecho si hago una comparación de mis conquistas exitosas contra mis fracasos, estos últimos superan ampliamente a los primeros. A pesar de ese enorme gusto que guardo hacia las mujeres, son muy pocas las que realmente me han llevado a ese lugar donde sueño con ellas y me inspiran a inscribir. Y bueno, si estoy escribiendo es porque alguna de ellas apareció...

Hace no mucho tiempo atrás, en una reunión de viejos conocidos, me reencontré con la mujer que durante mi estadía en la universidad llamó mi atención más que cualquier otra. Creo que recuerdo el primer día que la conocí: llevaba jeans descaderados un poco desfachatados y su pelo poseía una zona rosa que contrastaba con el resto oscuro y su piel blanca. En ese momento, como me pasa con todas las mujeres, pensé que era una belleza y hasta ahí. Tiempo después me enteré que estudiábamos lo mismo y, eventualmente, tomamos un par de clases juntos. En alguna de esas teníamos que realizar un ejercicio matemático. Terminé el mio y al ver que ella estaba en problemas me levanté de mi silla, caminé prepotentemente hacia su lugar y le ofrecí mi ayuda. No pude hacer el ejercicio. Ella muy cordialmente sonrió y prefirió llamar a la profesora.

El siguiente recuerdo que me viene a la cabeza fue de algún viernes. Unos amigos y yo estábamos tomando ron camuflado en botellas de Coca Cola y, cuando se habían ido unos buenos tragos, me enteré que aquella muchacha jugaba al fútbol y que estaba dispustando un partido en ese instante. El casanova que llevo dentro y que sale especialmente cuando estoy ebrio se apoderó de mi y con mi grupo de amigos nos dirigimos a las canchas a ver tan magno evento: un partido de fútbol entre mujeres.

Allí estaba ella. Al lado de la cancha esperando su turno para jugar. Tenía el número 8 en la espalda (tanto así me acuerdo). Cuando entró, yo no hacía más que pedirle a las otras jugadoras que no me la lastimaran, que le jugaran suave y casi que la ovacionaba cuando hacía una jugada, cualquiera que fuera. Yo no tenía vergüenza. Todavía no la tengo en algunas situaciones. Creo que fue ese mismo día cuando me asome a través de una ventana que estaba a casi tres metros del suelo para verla cuando estaba en clase... Sí, creo que estaba "tragao" de aquella niña.

Volviendo a nuestra reunión de viejos conocidos, luego de hablar con ella intercambiamos números de teléfonos para vernos en algún momento. Y por un buen tiempo ese número estuvo guardado en mi celular, siendo repasado muy de vez en cuando, asaltando mi cabeza con la duda de llamarla o no. Nunca lo hice. Fui más sutil. Mucho tiempo después le envié un mensaje.