Otubre - Tercera entrega

Estiré mi mano y allí estaba su pelo. Lo acaricié lentamente alrededor de su oreja en busca de respuesta, algún movimiento o sonido que me hiciera pensar que estaba haciendo mal y que me detuviera. Pero no lo hubo. Seguí consintiendo su cabello en toda su extensión, iba de un lado para otro desviándome de vez en cuando en su oreja y acariciándola suavemente. Cada roce de su cabello era una esperanza de vida, un recuerdo que nunca se borraría y un tiquete a la irrealidad, al olvido. Ese momento no era el primero, pero si era especial como todos los demás que reunían esas características. Mi mano se sentía más inquieta de lo normal y confabulándose con mi mente decidió explorar nuevos territorios. Territorios deseados tantas veces antes…

Cuantas veces deseé tocar su piel, su cara, sus labios, su pelo. Duré mucho pensando a partir de que momento de nuestras vidas podría hacerlo, y fue ella quien dio la orden de hacer en una noche. Sentir su pelo en mi mano había sido, hasta ese momento, la sensación más maravillosa de mi existencia. No sabía como hacerlo, no sabía que tanta firmeza debía sostener mi mano. No podía tomar su pelo tan fuerte que la lastimara, ni tan suave que no hiciera ningún efecto en ella y su cuerpo. A medida que las ocasiones se fueron repitiendo, fui tratando de encontrar el equilibrio perfecto, el punto exacto donde el tocar pasa de lo físico, se vuelve algo espiritual y produce tranquilidad y hasta sueño.

Lo dudé un par de segundos, pero si lo pensaba mucho sabía que no podía seguir. Decidí entonces seguir por su cabello hasta llegar a su hombro, me deslicé por el camino que ofrecía su brazo hasta llegar a su muñeca, sus manos todavía no eran territorio explorado. Transité varias veces ese espacio compuesto por su pelo, cuello, cara y brazo hasta sentirme un poco más atrevido. Cuando así lo hice, desvié mi mano de su cuello y bajé por su espalda. Se abría un nuevo mundo de suavidad, ternura y montañas que lentamente comencé a examinar previendo que el roce no pasara de una sutil caricia. Recorrí toda su espalda, desde su cuello a su cadera, de hombro a hombro, longitud y latitud. El contacto no era directo, entre su piel y la mía se interponía una delgada prenda que en ese momento tenía el espesor de una pared.

Sus prendas siempre iban bien con ella. De alguna forma encontraba la combinación perfecta para verse bien. Aquella falda nueva que se puso esa noche sólo le lucía a ella, no podía ver eso en alguien más. Su gusto era innato, aprendió algo del mundo exterior y esas lecciones fueron muy bien aplicadas. Y no solamente eran sus prendas. Lo que ella tocara era bello. Tenía su colección de hilos y agujas, instrumentos con los que hacía su magia. Nunca le di un cumplido por eso, siempre me he arrepentido. La vanidad de una mujer debe ser alimentada si se quiere conquistar.

Mis dedos comenzaron a sentirse pesados, sentí una ansiedad en ellos que me carcomía y no tuve más remedio que utilizarlos como martillos para derrumbar esa pared… poco a poco. Uno a uno se fueron filtrando bajo esa tenue prenda, reconociendo por primera vez ese nuevo mundo y la virginidad que poseía. Su suavidad era impresionante, nunca había sentido tal cosa, mi mente jugaba a encontrar palabras para describir pero no las hallaba. No se como mi mano seguía moviéndose, ahora cubierta por su camisa, sin que mis pensamientos prestaran atención. Se había creado una interacción infinita de energía que hacía circular mi mano por ese territorio recién explorado. Era pura inercia.

Octubre - Segunda entrega

Caminamos de nuevo con la conversación centrada en el recuerdo de lo que recién había ocurrido. Reímos, celebramos y casi lloramos de nuevo. Las palabras iban y venían, yo trataba de hacerlas interesantes esperando una respuesta sincera y que en ningún momento existiera el silencio. No fue una conversación profunda, muy pocas veces lo ha sido. Intentaba seguir mis pasos al compás de mis palabras, coordinando mi atención con mi oído. El camino de vuelta no fue el mismo al anterior, las calles eran diferentes, las personas no eran las misas y el ambiente era más amable. Algunas veces se apoyó en mí para no caer y allí estaba yo, como siempre lo hice.

¿Cuánto tiempo es mucho cuando se habla de amor? ¿Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años? Años… por esa mujer esperé años. El tiempo no importa cuando se sabe que se va a llegar al éxito. Claro, es mejor alcanzarlo pronto a tenerlo más tarde, pero por esta mujer no me importaría esperar lo que fuera. Tantos días pensé en ella, tantos meses, deseando que ella pensara en mí de la misma manera. Escribía cartas, poemas, cuentos, todo lo que esta mujer me inspirara. De alguna forma, plasmaba en el papel lo que sentía y lo que quería. El papel era cómplice de mis fantasías y testigo de mis sueños.

Luego del corto trayecto, llegamos a su morada, entramos y nos dispusimos a seguir la conversación que no tenía ningún sentido. El único propósito de hablar con ella era el de escuchar su voz y sentirme en el paraíso. Me gustaba creer que nadie más que nosotros dos existíamos en el universo y que todo era nuestro, mutuamente éramos nuestros. Sentados seguimos conversando, la escuchaba atentamente sin poner mayor atención a sus palabras. En algún momento el silencio empezó a apoderarse de la habitación, señal de que la noche estaba cada vez más encima de nosotros y nos enviaba aquel ángel suyo llamado sueño. Sin descaro, decidí quedarme bajo el mismo techo y ser su guardián esas oscuras horas.

El universo se confabuló para hacer de esa noche una noche inolvidable. El cielo se oscureció más de lo normal, las nubes hicieron presencia sobre la ciudad, estaban tan emocionadas que de repente comenzaron a llorar. La atmósfera del cuarto se alió con el destino, pero no con el coraje. Fue una fuerte lluvia, tan fuerte que las gotas golpeando el techo no me dejaban escuchar mis pensamientos. La oscuridad era tal que no podía ver mi mano teniéndola a poca distancia de mis ojos, de hecho me hacía dudar que yo estuviera allí.

Ella en su cama, yo distante. Cerré mis ojos y traté de apagar mi mente. El ruido de un ventilador arrullaba la calma externa a mi. Sin embargo, dentro de mi cabeza se libraba una batalla de argumentos sin fin basados en historia, situaciones, personajes y tristezas. Pensamientos iban y venían, heridas mortales eran hechas pero la resurrección estaba presente. Cuando ambos bandos estaban mal heridos, decidí cortar todo y me atreví a pasar la frontera del espacio.

Octubre - Primera entrega

Por alguna razón, sentía que esa noche tenía un aura especial. Tal vez era su pelo, sus ojos o esa falda nueva que nunca se había puesto hasta esa noche. Mis ojos se perdían en medio de esa inmensa belleza, la cual nunca he dejado de admirar. Verla ir de un lado al otro mientras ajustaba su cuerpo sólo aumentaba la ansiedad de abrazarla, besarla… Cuando estuvo lista, salimos al espectáculo de la noche bajo una luna creciente que adornaba nuestro camino. En algún momento las luces de la ciudad se apagaron por completo, ella tomó mi brazo y guiamos el camino a través de la claridad de nuestros pasos. Caminamos durante minutos, hablando de la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, el calor y el frio, el amor y el desamor.

Ella no lo sabía, pero este hombre moría de amor por ella. Cada vez que recordaba su nombre simplemente perdía el control. Cada vez que la veía pensaba que sí existía una verdadera razón para mi vida y para seguir adelante. Era el motor de mis acciones. Su pelo eran extensiones de vida bien cuidadas, su vanidad era un poco mayor al del común de las mujeres. Su cuerpo era santo, esculpido con tal amor que no tenía el más mínimo detalle erróneo en su construcción. Sus ojos, sus ojos, sus ojos… eran la puerta a otro mundo, eran un llamado urgente a conocerla como nadie más lo hacía. A través de su mirada viajé tantas veces a ese lugar mágico ubicado en la parte de atrás de mi cabeza, allí donde los sueños son realidades, los universos son paralelos y ella simplemente me ama. Su mirada encendía la esperanza y mantenía viva las ilusiones, era por esa mirada que ese mundo existía. Podría escribir quinientas páginas describiendo esos ojos y no acabaría. Escuchar su voz era fácil, palabra por palabra, letra por letra, segundo a segundo, seguía con especial atención cada sonido articulado por sus labios. Escucharla hablar sobre temas trascendentales que no tenían justificación me hacía querer callarla con un beso.

Cuando las luces de la ciudad se encendieron de nuevo y apagaron las estrellas, todo volvió a la normalidad. Su brazo dejó al mío y caminamos uno al lado del otro ignorando que el cielo había sido testigo de un momento mágico que duró lo que dura un segundo en la eternidad.

La oscuridad siempre ha sido mi aliada, por alguna razón cuando llega la penumbra las emociones y sentimientos de esta mujer se alteran y florecen. Siento que me muestra esa personalidad oculta pero consciente y que desinhibe sus más oscuras pasiones, encantos y deseos. Ahí es cuando no sé qué hacer. Me siento tan poco preparado para ese momento por más que lo he visualizado y soñado. Me vuelvo un idiota, mis pensamientos se contradicen y la voz que nunca calla y que siempre me acompaña vuelve más ruidosa que nunca y se convierte en mi enemiga.
Eso cambiaría esa noche. Durante más de dos horas estuvimos escuchando anécdotas, historias graciosas, experiencias tristes, realidades ajenas. Reímos, celebramos, aplaudimos y casi lloramos. En algunos momentos nos dijimos algo, pero procurábamos mantener nuestra atención en el escenario. De vez en cuando, nuestros pies se rozaban, nuestros brazos se acariciaban sin querer y mi mirada se perdía por segundos en su cara sin que ella se diera cuenta. Un sonoro aplauso rompía de vez en cuando mis ideas lejanas y en algún momento fue el indicador del final de la velada.