La última
vez que me enamoré pensé que sería justamente eso, la última vez. Conocer a una
persona, darse cuenta de lo espectacular que es para luego perderla causa un
dolor muy profundo. Por eso, en ese momento, dije que sería la última vez, no
volverían las lágrimas, ni los malos pensamientos, ni el despecho. Desde ese
momento, enfocaría mis esfuerzos en conquistar mujeres sin dejar que arruinaran
mi corazón. ¡Ja! Que ingenuo fui.
Durante un
tiempo el plan funcionó a la perfección. Tuve una relación seria, pero desde
antes de comenzarla yo tenía la certeza que se acabaría. Tal vez por cosas como
estas es que duele lo que duele hoy día. Fue una relación bonita, la más larga
de mi vida y en la cual compartí momentos muy especiales con esa persona. Sin
embargo, sabía que no había amor. Y donde no hay amor, el tiempo pasa,
simplemente pasa.
Otro corazón
roto después, vino una pequeña aventura que solo se basó en una relación
corporal. Un intercambio de ideas de vez en cuando, besos poco apasionados,
pasión frenada. Y todo, siempre, en la intimidad de una habitación. Nada
especial ahí. El plan de no volver a dejar que rompieran en millones mis
ilusiones marchaba según lo planeado. Y para completar, de repente apareció una
oportunidad que mejoraría sustancialmente el panorama. Una mudanza. Un cambio
de vida por completo, pero temporal, que haría de mi vida mejor por lo menos un
breve espacio de tiempo.
Comenzar de
cero en otra ciudad, conocer gente nueva, no entregar mi corazón. ¡Perfecto!
Era la situación ideal. Solo que no imaginé que la soledad a la distancia
podría ser tan dura. Porque una cosa es estar solo en tu apartamento sabiendo
que tus amigos y familia están cerca y otra muy diferente es tener, incluso, el
tiempo en tu contra. Aún así, sentí que me estaba desenvolviendo bien en esta
nueva vida. En efecto, estaba conociendo lugares, gente, adaptándome a mi
trabajo, al idioma, a la cultura. Los momentos más difíciles se fueron
convirtiendo en espacios de encuentros conmigo mismo y aprendí a vivirlos.
Estaba bien.
E iba a estar mejor. Inevitablemente llegaron las vacaciones, que casualmente
fueron en verano, y en las cuales estaba pensando desde hace un buen rato.
Tiempo para pasar con familia y amigos. Tiempo que en la vida normal nunca
piensas aprovechar de la forma como lo aprovechas cuando sabes que tienes poco.
Tiempo en el que nunca esperas que pase algo extraordinario.
Hasta que te
conocí. Venías precedida de muy buenas referencias de parte de una de las
personas que más admiro y confío. Ya solo con eso te ganaste un pedazo de mi
corazón. La primera parte de esta historia de dos fue corta. Una cena, charla,
risas, amigos, baile, cuerpos, ritmo, alcohol. Una mirada que me robaba el alma
y una sonrisa que me elevaba al cielo. Un complemento de elementos incluidos en
un cuerpo y una mente que fascinaban. El encuentro corto terminó una mañana con
extraños como testigos. Salí de aquel lugar con una inquietud a la cual, hoy
día, no le encuentro explicación.
Logramos
comunicarnos y mantener nuestra conversación a la distancia. Caritas, chistes,
experiencias, novedades, creencias. Todas estas cosas hacían parte de nuestros
diálogos. No nos aburríamos de mirar la pantalla del teléfono a la espera de
que el otro contestara lo que recién habíamos dicho. No era una relación,
solamente una amistad en construcción…
La segunda
parte de esta historia, que no fue, comienza también con una cena, pero también
con una intención. Cada vez más creía en la espectacular e increíble mujer que
eras y cada palabra de cada conversación simplemente lo probaba. Tus
convicciones, tus experiencias, tus pasiones, tus desilusiones me llenaban. Me
estaban haciendo sentir como hace mucho tiempo no me sentía. Me inspiraban a
escribir, algo que hace largo rato no sucedía. Este encuentro estuvo marcado
por la intimidad, por una sincera conversación con el vino como testigo. Con un
baile solo para nosotros. Solo dos corazones latiendo, siendo ellos mismos. Dos
manos que se recorrían, entrelazaban y se buscaban. Dos pares de labios que
finalmente se encontraron y llegaron al cielo. Dos cuerpos juntos, cansados,
bañados en sudor, pero satisfechos. Una corta siesta que terminó en otra
conversación. ¡Maldita sea la suerte! Terminó una de las mejores noches vividas
en un buen tiempo.
Tus palabras
me ilusionaron, tu forma de ser me enamoró, tu inteligencia te elevó y tus
caricias me llenaron. Miraba tu foto con suspiros, me preguntaba qué había
pasado, me preguntaba por qué en tan poco tiempo había llegado a sentir tanto,
me preguntaba por qué tenía que pasar esto ahora. Justo ahora…
Debí ser
egoísta, decir que no importa, que lo podemos lograr. Pero preferí tu
tranquilidad. Tu tranquilidad es mejor que mi felicidad, que mi bienestar. Sin
darme cuenta el plan de no volver a sentir no funcionó, se murió, desfalleció.
Y me llevó consigo. Ahora tomará tiempo, pero eventualmente volveré a ser aquel
hombre insensible del que alcancé a olvidarme.
Así se cierra, de nuevo, una historia de amor
que no fue. Una historia que quiso escribirse, pero no encontró papel.